Claraboya; Bertha Paredes Medina; Tribuna de Campeche.

Yo me atrevería a llamarle la última broma de Saramago. Si acaso, aderezada por esa dignidad suya que ha sido, intencionalmente o no, golpe blanco para los que al inicio de su carrera como escritor, no creyeron en él.

Circula ya por librerías europeas, y desde hace unos días en librerías mexicanas, el libro que Saramago nunca quiso publicar. Hay una historia no muy grata detrás del manuscrito de esa obra. Eran los años cincuentas y el entonces incipiente escritor mandó su texto a una editorial que jamás tuvo la cortesía de responderle por aquel manuscrito ni devolverle el original.

El hecho es que, aquel episodio, lo consideró como un desprecio y una humillación que le dolió. Dejó de escribir un largo periodo de tiempo. Alguna vez alguien le pregunto, por qué tardo tanto en publicar; El simplemente respondió que… no tenía algo que decir.

Recordemos que Saramago reaparece en el mundo editorial con libro bajo el brazo hasta 1980. Y de ahí no volvió la mirada atrás. Por eso cuando a fines de los ochentas le llaman para comunicarle la aparición de aquel viejo manuscrito y le “anuncian” un enorme interés por publicarle ese libro, el gran Saramago que ya tenía algunos libros exitosos, sin pensarlo mucho, “los mandó a volar”. Eso sí, recuperó aquel manuscrito que es el libro, cuya puesta en circulación, nos da el pretexto perfecto de volver a platicar sobre Saramago.

Desde mi personal apreciación, comparto absolutamente la decisión del escritor de no darle a nadie ninguna oportunidad de hacer comparaciones entre el estilo, con que está escrito Claraboya, y el estilo que lo distingue todavía como uno de los mejores autores contemporáneos. A lo mejor es el mismo. A lo mejor no. A lo mejor hay coincidencias. Yo creo que de eso hablarán los lectores y los que se dedican a la reseña de los nuevos libros publicados. Aquí viene, como anillo al dedo, mi apreciación de la broma que mencione al principio de esta colaboración: ¡Ya no está Saramago para preguntarle lo que piensa al respecto! Sin duda, su decisiòn es un acto inteligente que manifiesta, de nuevo aun en su ausencia, ese carácter divertido e irreverente que lo distinguía.

Para concluir reitero que Saramago, con su resistencia a ver publicado este libro, nos dio una muestra de respeto por sí mismo; ya que, al evitar caer en la tentación de publicar aquel volumen que ponía un antes y un después entre su producción literaria, mantuvo incólume su dignidad como escritor y persona. Esa dignidad que marca la diferencia entre las personas.

¿Un mito genial? (parte 3); Bertha Paredes Medina; Tribuna de Campeche.

La escasez de lectores en nuestro país no es problema que haya aparecido de la noche a la mañana. Que la gente no tenga costumbre de tomar un libro, abrirlo y darse a la lectura es algo difícil de entender y más difícil de explicar. Sin embargo, hay un aspecto al que no se le da la suficiente importancia. Este aspecto tiene que ver con la tradicional interrogante de cómo iniciarse en la lectura.

Me explico un poco más. Si alguien quiere iniciarse en la lectura y pide consejo es bastante probable que las recomendaciones vayan desde los grandes pensadores de la antigüedad, los griegos, los clásicos, literatura contemporánea, literatura latinoamericana y llegar, incluso, al detalle de los escritores famosos: Carlos Fuentes, Vargas Llosa, JL Borges y así un largo etcétera. En lo personal, si me preguntaran, yo recomendaría leer biografías. En otra ocasión les diré porqué.

Precisamente sobre la lectura, un viejo maestro de la universidad siempre nos decía que la recomendación básica para iniciarse en la lectura es tomar cualquier libro, revista o periódico y leerlo. Así de fácil. En breve tiempo, al lector se le despertará el gusanito de saber y leer más. Entonces, solito y sin presiones, encontrará el camino hacia ese inmenso universo llamado literatura y, con suerte, no se apartará jamás de ese camino.

Adicionalmente, existe otra interrogante que provoca cierta preocupación a la hora de buscarle una respuesta. En primera instancia, lo normal, es que uno lea con el primigenio objetivo de entretenerse o para cumplir una obligación escolar pero… indudablemente que el punto medular de una lectura es… aprender; Aprendizaje que abrirá puertas y servirá para saber qué queremos y hacia dónde nos dirigimos.

Aquí le pongo un dato. En el sistema educativo nacional hay cerca de 31 millones de educandos. ¿Se imagina si todos leyeran y aprendieran? Seguramente otro gallo nos cantaría como país.

En fin, mejor regresamos a lo que nos interesa por ahora. Demos una miradita a la oferta literaria disponible. Si hablamos del tema o temas “favoritos” de lectura nacional parece que, como las medicinas, existe un «cuadro básico» de autores. Y aquí notamos que los escritores más famosos, son los que predominan. Tanto así , que los lectores asiduos están a la espera de cualquier nueva producción literaria de estos autores catalogados como los más vendibles.

Con un público cautivo que compra libros de autores que garantizan éxito en sus novedades literarias, se vuelve realmente difícil que nóveles escritores se abran paso para sorprender a los lectores con sus propuestas literarias. Una cosa lleva a otra. Y por supuesto que impacta a la hora de sumar nuevos lectores.

Finalmente analizando en su conjunto los factores sociales, económicos y culturales de los mexicanos, nos damos cuenta que en verdad es una titánica tarea el construir un país de lectores. Pero igual fíjese que hemos descartado el mito genial que estamos fregados en la tarea de formar lectores… comparados con Europa. Ya vimos que no es tan acertada esta apreciación.

Tenemos añejos problemas, cierto, pero hemos visto cómo una aparente debilidad puede ser una oportunidad con el diseño de una verdadera política pública para promover la lectura. Que hay que abrirle las puertas a nuevos talentos que, sin duda, existen a lo largo y ancho de todo México.

Que los grandes pensadores, los clásicos y los escritores que conocemos de toda la vida, seguirán siendo leídos porque tienen un espacio en la historia de la literatura. Que tenemos que leer para saber y aprender; Para ser mejores personas, mejores seres humanos y mejores integrantes de la sociedad, y que todo lo anteriormente enumerado  es parte de lo bueno que nos dejan los libros y la lectura.

Finalmente, parafraseando a Oscar Wilde, yo digo: “Todo mundo puede leer. Sólo basta tener algo que leer y hacerlo”.

¿Un mito genial? (parte 2); Bertha Paredes Medina; Tribuna de Campeche.

¿Alguien de ustedes sabe qué tipo de libros leen los alemanes?; ¿y los suecos; ¿y los finlandeses? ¿y los franceses? ¿Y…? si le sigo la lista sería interminable para enumerar a los países europeos que según mediciones, estudios e indicadores mundiales de lectura, leen más libros anuales per cápita que nosotros los mexicanos. En todo caso existe una especie de costumbre estadística, que fíjense ustedes, tiene varios años que, ni aumenta ni disminuye el número de libros que nos atribuyen leer cada año. La conocida cifra es de uno punto cinco libros. Es decir un, escaso y deficitario, libro y medio por persona cada doce meses. ¿Espeluznante número no? Sobre todo por las campañas de fomento a la lectura que constantemente se ponen en marcha en todos los rincones del país. El escándalo aumenta cuando se nos compara con los europeos que en promedio, nos aseguran, van de seis hasta 12 libros leídos anualmente. Uff¡! Ni para donde esconder la cara.

Y bueno, eso hace que se les ponga los pelos de punta a los responsables del sector educativo de este país, que tienen que lidiar con algo más difícil que separar las aguas del mar como hizo el bíblico Moisés. ¿Y qué decir cuando , por ejemplo, asistimos a alguna playa popular y nos encontramos a los aferrados europeos tan campantes con un libro en la mano? Por donde uno lo vea, parece que el problema es demasiado grande para encontrarle solución, sobre todo, si el esfuerzo institucional es… aislado.

Ahora bien, regresando al inicial cuestionamiento de cuáles libros, autores y temas son los que leen los que viven del otro lado del Océano Atlántico. La obvia respuesta es que no lo sabemos.  No hay modo de saber cuáles son aquellos títulos que, entre 6  y 12 ejemplares escritos leen por esos rumbos. Lo que sí tenemos claro es que son culturas distintas a las nuestras; Con otro tipo de preocupaciones y, por ende, con un interés literario diferente al nuestro. Le pongo un ejemplo. Si uno viaja a Alemania, visita una librería y se encuentra un libro de Carlos Fuentes ¡pega el brinco de emoción porque allá leen a Fuentes! Pero… en realidad cuantos son los autores mexicanos que han sido traducidos a ese idioma, y otra interrogante, ¿A cuántos alemanes les interesa la literatura mexicana? Bien, ahora preguntémonos ¿cuántos extranjeros que visitan nuestro país se meten a las librerías? ¿Creen que igual peguen el brinco de identificar a algunos de sus literatos favoritos traducidos al español?

Llegado este punto, considero que las comparaciones de número de lectores entre nuestro país y los europeos no son del todo equitativas por las razones, de origen y culturales, arriba mencionadas. El tipo de economía, el precio de los libros, las facilidades de acceso a los libros y el interés de cada persona son factores adicionales que, de entrada, ya nos ponen en desventaja como lectores a la hora de comparar países. Por todo lo anterior, soy de la idea de que arrastramos el grave problema de ser un país de pocos lectores,cierto,  pero que eso no nos debe colocar , a los ojos de los demás, como los patitos feos. Pienso que, nuestro status actual, representa una verdadera oportunidad de mejoría haciendo que cambien las cosas. Que es necesario una verdadera política pública que establezca objetivos y metas en la formación de nuevas generaciones de lectores.

El primer paso es dejar de pensar que estamos fregados como lectores de apenas libro y medio al año. Esa aparente debilidad debe ser la fortaleza de tener bien identificado un punto de partida. Ahora bien: ¿saben ustedes que México tiene mejores indicadores en el número de lectores que varios países latinos? Verdad que así la cosa ya no pinta tan mal…

¿Un mito genial? (parte 1); Bertha Paredes Medina; Tribuna de Campeche.

Cada vez que me encuentro con algún estudio, programa, encuesta, indicador o muestreo que repiten, una y otra vez, que casi somos campeones mundiales en producción de no lectores, cierto desánimo aparece en esa parte mía que dedica espacios de tiempo a la lectura. Dependiendo del sitio donde me encuentre en ese momento, volteo a mirar a la gente que tengo junto y me entran ganas de preguntarles, uno por uno, si leen.

No lo hago. Y no lo hago, desde un día que realicé un pequeño experimento. Estando en un café, coloque un libro en la mesa de junto con la carátula hacia arriba para que se viera el título y espere a ver cuántas personas volteaban a verlo, o quizá, alguien derrochando osadía lo tomara en sus manos y le echara una ojeadita. Cerca de medio centenar de personas pasaron frente al libro y nadie se detuvo siquiera a mirarlo. Pero, cuando pensaba que lo había visto todo, una cosa me sorprendió. La misma gente que ignoró la edición literaria que dejé sobre la mesa, a la hora de pagar su consumo revisaba con ademanes de intelectual interesado, los títulos de una serie de libros ubicados en un estante del lado izquierdo de la caja. Por supuesto, nadie adquirió ningún libro.

Esta dualidad es común entre bastantes personas. Ignorar un libro cuando nadie los ve, pero brindarle atención a cualquier libro si alguien los observa. Con esta actitud, habrá quien diga, con justa razón, que ahí está el meollo del asunto que explica el porqué la gente no lee: porque tampoco compra libros.

Pero esto, curiosamente, no es del todo cierto porque para leer, cómodamente e inclusive gratis, se inventaron las bibliotecas públicas donde están disponibles al público centenares de libros. El problema, pienso, va por rumbo distinto.

Recuerdo el caso de un joven con quien me crucé en una librería. Me llamó la atención que comprara “El viaje del elefante” de José Saramago. Le pregunté, tratando de no ser considerada una entrometida, si compraba el libro porque le gustó el título o porque conocía el estilo de Saramago. Me respondió que le gustaba leer a Saramago. Vaya, me dije, qué fabuloso que jóvenes se interesen por la obra del Nobel portugués.

A la hora de pagar libros me crucé con esta persona de nuevo y le pregunté: ¿Aparte de ti, en tu casa, alguien más de tu familia lee? Su respuesta me dejó sorprendida, pero me dio elementos para confirmar el valioso papel que juega el entorno familiar para formar lectores. Me dijo que él había agarrado el gusto por la lectura a partir de dos personas; Su abuelo, que todos los días leía el periódico, y su madre que tenía un par de libros de Rosario Castellanos.

No es difícil adivinar que, con el tiempo, él mismo se transformó en asiduo lector del periódico, leyó a la Castellanos y seguramente dio lectura a cuanto libro pudo. Así de simple se forma un lector. No hay fórmula mágica. Pero no cabe duda que, el hogar primero y enseguida la escuela son un par de fuentes básicas para abrevar el gusto por la lectura.

Bueno, regresando al hecho que siempre me pone al borde de la consternación, se me hace oportuno preguntar hasta dónde podemos dar como válido el estigma que, quien sabe quien, parece habernos endilgado como destacados productores de gente que no lee. O peor aun, que no ha leído jamás. ¿En serio estamos tan mal en México?