El sueño de la Navidad en un Mundo de sol y sombras; Bertha Paredes Medina

La pequeña se regocijó ante la vista del enorme árbol que adornaría con brillantes esferas y delicados moños para celebrar la navidad. Su madre, elegante y fina dama, disfrutaba la inmensa emoción que destellaba en los inocentes ojos de la chiquilla. Un agradable aroma de sabrosos platillos se dejaba sentir a lo largo y ancho de la cómoda estancia donde ambas se encontraban. El padre, hombre honesto y trabajador, hacia unos instantes había telefoneado para anunciar su inminente llegada al hogar.
Beatriz, que así se llamaba la menor, tenía un lindo vestido azul que hacia juego con el hermoso sombrero que cubría su pequeña cabeza. Los zapatos eran nuevos, apenas un día antes su papá los había comprado en la mejor tienda de la ciudad. En la pared principal de la sala colgaba un retrato con una foto de estudio de la familia. En la mesa estaban las impresiones de las últimas vacaciones en aquel maravilloso parque de diversiones que había sido su premio por las altas calificaciones que obtuviera cursando su primer año de secundaria.
Beatriz, tomó una a una las esferas y las acomodo con suma delicadeza en el verde pino navideño que poco a poco se vestía de gala para las fiestas que siempre acompañan el mes de diciembre. Después, las brillantes luces aparecieron en el árbol para centellar alegres e incansables como si tuvieran prisa de llenar de pequeños soles la casa. Estaba feliz. Para ella esta era la mejor época del año. Y como no, ¿acaso una niña podría permitirse la tristeza en navidad?
En eso llego el papá. Cariñosa lo recibió con amoroso beso y una gran sonrisa. La mamá llamo a sentarse a la mesa. Que rico, pensó, ¡llego la hora de cenar¡ .
Ya sentados, a poco tiempo de decir sus infaltables oraciones, en la puerta de la cocina apareció la querida y regordeta figura de la nana Romelia, que entre las manos traía una olorosa charola conteniendo el manjar que esa especial noche degustarían.
La Nany, como siempre, sirvió primero al papá. Luego a la mamá. Ella, era la última en ser servida. Pero aquél día algo ocurrió… Nany pasó de largo frente a su plato y se devolvió discreta a la cocina. La desesperante escena se repitió un par de veces más. Primero con el plato fuerte y luego con los postres. Algo estaba ocurriendo que Beatriz no alcanzaba a explicarse. Desde su silla gritaba. Pero, al parecer, de su boca no salía más que puro silencio. Estaba al borde de la desesperación cuando…una ventana se cerró abruptamente. Se apagaron las luces y una televisión dejó de funcionar…Entonces, la niña bajó desconsolada del banquito de madera donde estaba parada frente a la ventana de aquella casa donde todas las noches le inyectaba un poquito de realidad a sus fantasías.
Eran las nueve treinta de la noche, cuando la metódica familia cerraba su ventana, apagaba su televisor y se retiraba a dormir. Beatriz, por instinto, levantó su vieja canasta donde estaban los merengues que ese día no tuvo suerte de vender. La pequeñita aliso su revuelto cabello y plancho con las manos su ajado vestido, el único sin remiendos que tenía y que le servía para salir a las calles a pregonar los dulces que su enferma madre elaboraba, y con cuya venta, se sostenían desde que su padre las abandonara. Empezó a caminar mientras un lejano y cansado ladrido de los perros la acompañaba, como todas las noches, a recorrer el oscuro camino a su verdadero hogar.

(Les he compartido esta historia que refleja la diferencia de apreciar lo que se tiene y las ilusiones que viven en las almas buenas;plasmando; lo blanco y lo negro, el sol y la sombra…a reflexión en este mundo desigual en que vivimos y que con un poco de atención podemos ayudar a mejorar.)