Jorge Luis Borges decía en unos de sus más bellos poemas que la vida está formada de instantes. Nada más cierto. Esos breves espacios de tiempo dan razón a todo lo que uno hace en este mundo. Uno de esos momentos es el que tuve fortuna de hace un par de días. Les cuento.
Un amigo me pidió un ejemplar de la última edición de mi libro. Pero, como es común a pesar de vivir en la misma ciudad, no tenemos oportunidad de vernos con la frecuencia deseada y eso fue motivo para pasar algunos meses para poder coincidir.
Finalmente, como suceden esas cosas que uno mejor no planea, con el libro en la cajuela del auto se me ocurre llamarle por teléfono. Y con aquello que el destino tiene misteriosas formas de actuar…acordamos encontrarnos de una buena vez.
30 minutos más tarde abría las puertas de su domicilio ubicado en el barrio de San Román.
Luego del saludo inicial tomamos asiento en la sala y charlamos sobre el libro que le estaba obsequiando. Le di pormenores sobre diversos momentos, de los últimos tres lustros, sobre el Campeche que describo en esta obra escrita.
Y así, satisfecha su petición de tener el libro, nos invitó a pasar a la terraza de su hogar para mitigar un poco el calor que se deja sentir en estas noches de agosto. Para este momento su amable esposa servía grandes vasos de té con hielo.
En la terraza lo primero que vieron mis ojos fue un hermoso piano, antiguo pero bien cuidado. No muy grande. Con par de candelabros en sus extremos. Enfrente, estaba colocada una pequeña y fina silla de madera tallada. Se podía leer Rosenkranz en el frente del mueble. La natural curiosidad que despiertan este tipo de muebles antiguos me motivo a preguntarle sobre este instrumento musical.
Y fue… como si hubiera tocado un botón mágico. De inmediato su mirada se ilumino. Nos contó la bonita historia de cómo adquirió este maravilloso instrumento musical. Nos habló del enorme valor e historia de esa marca de pianos. Y, como fue una especie de experiencia religiosa adquirirlo, tras tenerlo guardado, sus dueños anteriores, 70 años en una bodega del norte del país y luego traerlo a Campeche.
Antes que pudiera caer en la descortesía de pedirle al anfitrión tocara alguna pieza, se adelantó y él mismo, sugirió hacerlo para enseñarnos el sonido que solo este tipo y marca de pianos pueden expresar.
Debo decir que, a pesar de saber que podía tocar varios instrumentos musicales, no había tenido oportunidad de escucharlo ejecutar piezas completas en el piano. Nos dejó encantados con su calidad interpretativa.
Y de ahí para el real. Durante largo rato deleito nuestros oídos con música que ahora escuchaba con ese ritmo nostálgico de un Rosenkranz. No fue todo. Nos regaló un tour musical con bellas melodías de antaño de grandes compositores de Francia, Portugal, Brasil, México y Cuba. Como los grandes maestros, primero, entonaba la canción en su idioma original francés y portugués para enseguida traducirnos su significado. Yo misma me vi sorprendida por la nostalgia que me arrancó, lo confieso, unas lágrimas al escuchar la belleza de las melodías.
Por si no fuera suficiente el disfrute musical, trajeron a la mesa deliciosa muestra de postres y pasteles que termino de endulzar la inesperada, pero magnifica, velada. Debo reconocer quede gratamente sorprendida por la hermosísima presentación de los productos que su esposa elabora artesanalmente y que, hoy por hoy, la colocan entre los servicios más cotizados de la ciudad capital. De verdad, al observar como cada uno desarrolla y aplica sus talentos, me dio tanto gusto mirar cómo igualmente le dan virtuosismo a la vida en pareja que, en realidad, es complemento de vidas en común.
Y, como ocurre cuando los instantes se disfrutan en extremo, no vimos el pasar de las horas. Al percatarnos del tiempo transcurrido apuramos la despedida…pero.
De camino a la salida, al pasar por la sala de su casa, un segundo piano nos hizo un guiño. Con leyenda de Nueva York y pequeña herrería que marcaba el año 1861 este otro piano era totalmente distinto. Un poco más grande. Teclas largas. Su calidad de sonido se aprovecha para tocar música clásica. No se podía perder la ocasión de escucharlo para entender la diversidad de sonidos respecto del primer piano.
Y como todo lo que empieza tiene que acabar, se dejó escuchar el último acorde. Emprendimos de nuevo la salida. Pero faltaba lo que sería la tercera llamada. Desde un rincón un tercer piano se divisó. El clásico y monumental piano de cola. Majestuoso a la vista y seguramente al oído. Una decisión conjunta lo dejó para próxima ocasión. Para cuando, de nuevo, el universo se confabule y otro instante ilumine nuestras vidas.
Gracias es una palabra pequeña para expresar mi sincero cariño a esta generosa amistad de varias décadas y que ahí permanece intacta al compás diría mi apreciado amigo: Ne me quitte pas.