Mucha tinta ha corrido en torno al bochornoso espectáculo en una prestigiada universidad mexicana durante la visita del candidato tricolor. Como suele suceder, en el entorno de las campañas políticas, muchas de las reacciones inmediatas están orientadas al análisis del impacto mediático que este hecho tuvo en las preferencias electorales del candidato que va a la cabeza de las encuestas.
Independientemente de ello, también mucha tinta se ha vertido a favor de la tolerancia de los naturales ímpetus juveniles que, con todo el derecho del mundo, tienen plena libertad de expresar públicamente sus acuerdos o desacuerdos con cualquiera de los aspirantes que buscan la Presidencia de México.
Lo que no se puede dejar de lado, y menos estar de acuerdo, es con el hecho de protagonizar, en el perímetro de un centro educativo, una violenta embestida verbal que por suerte no derivó en violencia física hacia alguien que lo único que busca es presentar sus propuestas e ideas en su carácter de candidato en campaña. Y, ojo con esto, candidato que visita una universidad pública o privada es porque lo invitan.
Dicho lo anterior, todos sabemos que en esta época que nos toca vivir los jóvenes, con acceso ilimitado a los medios de comunicación, están altamente informados y, por ende, poseen mayores elementos para formarse una opinión sobre el candidato de su preferencia. Sin duda, los que cursan estudios universitarios tienen una doble ventaja sobre el común de los mortales, porque suman, a su libertad de opinión y albedrío, los conocimientos que brinda la instrucción que reciben en las aulas.
Precisamente quizá sea este binomio libertad-conocimiento lo que explique de alguna forma las situaciones nada tersas que algunos candidatos enfrentan apenas cruzan el umbral de un recinto universitario. Lo raro sería que los estudiantes se manifestaran pasivos o aburridos ante la oportunidad de cuestionar directamente a quien les da la cara para hablarles, pero también para escuchar sus pronunciamientos por duros que sean.
El punto debatible entonces es que nadie, sea cual sea su filiación partidista o apartidista, tiene un cheque en blanco para incitar a la violencia que sabemos es uno de los males que precisamente se busca erradicar de este país.
No sé cuánto tiempo más dure el tema de este asunto para la reflexión de los analistas político, y puede que pronto quede como mera anécdota de agenda de campaña, pero sin duda con este suceso se encienden algunas interrogantes que alguien tiene que responder:
Uno: ¿Quién le pone el cascabel al gato para que este tipo de incidentes no vuelva a repetirse, el Gobierno Federal, el IFE o alguna autoridad académica?
Dos: ¿Es posible determinar las diferencias de participación política que emanan desde las universidades públicas y privadas?
Tres: ¿Hasta dónde puede ser conducida la selectividad del pensamiento de los universitarios?
Por último, no hay que olvidar que no es lo mismo instrucción que educación.