He tenido oportunidad de leer, de nuevo, el librito titulado José Saramago en sus lectores. En este volumen, de modesta edición por cierto, convergen opiniones de una docena de escritores que manifiestan su admiración por el autor portugués. Adicionalmente, cada uno describe y justifica la escena o momento que más les impacto durante la lectura de alguno de los libros de Saramago.
Es una delicia leer estos puntos de vista de este grupo de escritores que, en papel de lectores, dan rienda suelta a sus sentimientos y percepciones que, indudablemente, son distintas de lector a lector lo que enriquece este interesante ejercicio de compartir emociones. Yo misma tengo un capitulo preferido en El ensayo sobre la ceguera. Pero, bueno, otro día prometo que se los platico.
Me llama la atención que la docena de escritores-lectores, básicamente, coinciden en 4 obras. La muerte de Ricardo Reis; El evangelio según Jesucristo; El viaje del elefante y Ensayo sobre la ceguera.
Se puede decir que, en términos generales, se abarca desde sus inicios de escritor, pasando por el boom de su producción escrita hasta llegar a la plenitud de su obra.
Terminada la lectura de esta breve compilación y todavía con la agradable sensación de cómo Saramago, marcó un antes y un después, en la literatura latinoamericana y además fue promotor incasable de sus libros y de la lectura en general, me entero de una noticia que me dejó perpleja.
De acuerdo a resultados de la Encuesta Nacional de Lectura, el país pasó, del 2006 al 2012, con una dramática baja en el número de lectores. Del 56% se cayó a un 46%. No es cosa buena que menos de la mitad de la población lea. Y cuando escribo lea me refiero a libros. No cuenta la lectura de cualquier otro tipo de escritos.
Por supuesto que, no es un secreto que en este país sean escasos los índices de lectura. Recordemos que la cifra de 2.9 libros per cápita es un fantasma que no nos deja en paz. Ello a pesar que en artículos anteriores titulados: El mito genial 1, 2 y 3 intente demostrar que no son las mismas condiciones medibles entre nuestros lectores y los lectores de otras partes del mundo.
Independientemente de ello, es una grave verdad que haya disminuido el número de lectores a menos del cincuenta por ciento. Ahora bien desde aquí pregunto: ¿es buena idea buscar culpables? ¿Es buena idea responsabilizar el fracaso de las políticas públicas en la materia? ¿O, es buena idea de replantearse los objetivos y reorientar el esfuerzo institucional para revertir la situación?
Yo me quedo con la última opción. Porque nunca es tarde para cambiar, lo que haya que cambiar, y más ahora que el país está inmerso en renovado intento de hacer que todo funcione mejor. No se olvide que la lectura es la llave que abre la puerta del conocimiento y el conocimiento abre las puertas a la superación.
Ojala este mensaje, llegue a bastantes ojos y oídos que despierten su motivación para tomar un libro y leer. Si lo hacen disfrútenlo. Y si pueden, compartan su experiencia. Recuerden que por cada nuevo lector que se sume a este objetivo estaremos contribuyendo a hacer un país de lectores.