Mi abuelo fue marino. Hombre acostumbrado a la diaria batalla con el mar. Ese mar de aguas del Golfo de México que baña la Bahía de Campeche. Ese mar que alguna vez fue testigo del arribo de barcos tripulados por Piratas que llegaban a la costa con el propósito de despojar a la gente de propiedades y tesoros. Ese mar que fue testigo de duras batallas para repeler ataques y defender el orgullo y patrimonio campechano.
Quien conozca la historia de Campeche sabe que aquí se construyeron murallas para evitar la llegada de indeseados enemigos evitando así la ruptura de la tranquilidad que nos caracteriza y la protección de los habitantes de toda la ciudad. Las murallas funcionaron cumpliendo el propósito que dio origen a su construcción y, con el paso el paso del tiempo, quedaron como mudos testigos de las batallas libradas en su entorno y como muestra de la artística belleza que distingue la arquitectura local.
Pero el mar no solo fue lugar común por donde nos llegaban enemigos. También fue, y es todavía, magnifico proveedor de ricas y variadas especies de fauna marina que hacen deliciosamente única nuestra gastronomía. También es fuente de inspiración para poetas, escritores y músicos de ayer y de hoy. Aquí quiero referirme a la insuperable poesía de Don Justo Sierra Méndez que en su poema Playera hace alegoría a la hermosura de las aguas marinas con que fue bendecida esta tierra. Un fragmento.
Baje a la playa la dulce niña,
perlas hermosas le buscaré;
deje que el agua durmiendo ciña
con sus cristales su blanco pie.
La dulce niña bajó temblando,
bañó en el agua su blanco pie;
después cuando ella se fue llorando,
dentro las olas perlas hallé
Entre los músicos necesariamente se destaca Don José Narváez que le canto al Mar. Un fragmento.
Es mi orgullo haber nacido,
en la novia de los mares
vieja tierra Colonial
se adormece entre colinas,
entre verdes naranjales
y se arrulla con el mar.
Las murallas, por su parte, son piedra angular del rico bagaje histórico de Campeche. De las murallas igual se ha escrito bastante. Su propósito se cumplió al pie de la letra. Nos protegieron y salvaron de tantas desventuras de gente extraña que llegaba sin permiso y además con malas intenciones. Sirvieron para defendernos y cuidar lo que hoy es patrimonio de todos. Pero cuando dejaron de existir piratas y Campeche empezó a formalizar su desarrollo y su adaptación al mundo moderno las murallas equivocadamente se convirtieron en una especie de limitantes para ir en busca de nuevos horizontes. Alguna vez Don Héctor Pérez Martínez dijo que había que mirar más allá de las murallas para buscar la consolidación del crecimiento de Campeche.
Los caminos de Campeche de la mano del pensamiento de Héctor Pérez Martínez se volvieron hechizantes. Pero lo que más nos admira es que el escritor, que como gobernante veía la realidad, intentara con el pensamiento y la acción, romper precisamente el hechizo de impasibilidad y eternidad, eterna maldición que había pesado sobre Campeche; Sin duda, que don Héctor fue un poeta fino pero revolucionario; lucho mucho por borrar este perenne gesto de eternidad que nos ahogaba.
Decía Pérez Martínez que Campeche no pida seguir permaneciendo impasible y eterno. Y que había que borrar ese gesto de eternidad; que había que cruzar las murallas y dilatar nuestro mundo. Olvidarnos un poco de las leyendas siendo poco poetas de nosotros mismos. Pérez Martínez pensaba que Campeche dolorido vibraría mejor en la sonrisa: mañana, pasado.
La predicción de Pérez Martínez, de traspasar las murallas para contar la historia de Campeche y para unirnos al concierto del desarrollo económico y social, se ha logrado al punto que nuestra entidad se ha incorporado al concierto mundial de ostentar el reconocimiento de Patrimonio Mundial de la Humanidad para Calakmul y Campeche. Las murallas actualmente son parte del inventario que forma el atractivo turístico que se oferta a los visitantes y dan nostálgica imagen entre el Campeche que vivieron nuestros abuelos y el Campeche que nos toco vivir.
Todo lo anterior ha permitido que nuestra entidad cobre su propio espacio entre los estados de la península dejando atrás, poco a poco, la vieja idea de pertenencia a Yucatán. Hoy en día nuestro estado es reconocido y es punto de referencia entre los principales destinos turísticos y culturales de México.
Precisamente mi abuelo me narró alguna vez una historia que aconteció en aquellos tiempos en que la orilla del mar bañaba la ciudad de Campeche. En ese entonces tenía su domicilio cerca de lo que ahora es conocido como el Campeche nuevo o zona de Ah Kim Pech. Habiendo regresado de su travesía marinera, mi abuela le encargo ir a comprar carbón con un vecino que vendía este producto al otro extremo de la ciudad. Específicamente contra esquina de la muralla de Puerta de Tierra. Mi abuelo echo andar hasta el mencionado domicilio en tanto las primeras sombras de la noche empezaban a caer. Alcanzo a comprar el saco de carbón y se lo echo al hombro. Emprendió el camino de regreso. Para entonces la oscuridad había vuelto más evidente. En su afán de regresar lo más rápido posible tomo el camino aledaño al largo muro que va del baluarte de Santa Rosa, sigue por San Francisquito y remata con la puerta de Tierra. Al poco rato de andar el camino de vuelta empezó a sentir una presencia que le seguía los pasos. Con la incomodidad de la carga del bulto de carbón se le imposibilitaba voltear a mirar a quien lo seguía. Empezó a invadirlo una sensación parecida el miedo. Su frente se perlo de gotas de sudor motivado quizá por el peso de la carga y hasta puede que por esa sensación de toparse con algo desconocido. Su respiración se fue agitando a medida que apuraba el paso pero no dejaba de advertir que aquello que lo seguía mantenía el mismo paso que él.
Para cuando atravesó por el parque del V Centenario, mejor conocido como San Martin, prácticamente iba corriendo a lo que podía. La cercanía de su domicilio hizo que respirara un poco aliviado. Ya casi llegaba, pero los pasos detrás de él continuaban igual. Llegó hasta el portón que se ubicaba en la parte de atrás de su vivienda. Empujo la puerta y aprovechó ese movimiento para voltear a ver a su perseguidor. Vio una delgada figura de cabello largo toda vestida de negro. Su corazón se aceleró y entró al terreno gritando a sus hijos e hijas que presurosos salieron a ver que le sucedía. ¡en la puerta, en la puerta, hay alguien en la puerta!
El hijo mayor, armado con grueso leño, abrió el portón y barrio con la mirada toda la calle. Estaba vacía. Lo único que había era un silencio de todos los demonios. Salieron también las hijas y corroboraron que no había… absolutamente nadie. Regresaron juntos al interior de la vivienda y alcanzaron a oír:
¿Por qué tardaste tanto, nos tenias preocupadas? Le dijo mi abuela al abuelo.
¿Qué me tarde?, ¡si vine rapidísimo, como alma que lleva el diablo. Poco me falto para empezar a volar y volver más rápido ¡
¿Pues en qué mundo vives- cariñosamente grito la abuela- te fuiste como a las 6 de la tarde y acaban de dar la 10 de la noche, bien sabes que a esta hora las calles y callejones de Campeche se tornan como boca de lobo!
¡No me vacilen que no es tan tarde. Volví tan rápido como pude. Creo que nunca antes había vuelto tan rápido! Todos los presentes se miraron entre sí intentando explicar donde se había ido el abuelo por más de 3 horas…que él no reconocía haber tardado.
Salieron todos de nuevo hasta la puerta. Caminaron parte de la calle y no encontraron nada ni a nadie. El abuelo juraba que una mujer, o tal vez un hombre, de cabello largo y vestimenta negra lo había perseguido por todo el camino bajo la muralla…aunque cuando lo pensó bien, la única vez que se atrevió a voltear a mirar quien le perseguía recuerda perfectamente que vio una larga cabellera y unos ropajes negros…pero no recuerda haberle visto la cara…
Hace algunos años mi abuelo murió pero se nos quedo grabado, que cada que evocaba esta anécdota, su rostro se ponía serio pensando que nunca pudo demostrar que el hecho narrado en realidad ocurrió. Lo único que le recordaba la fidelidad de este suceso, era que, cada vez que lo contaba, volvía a tener en la piel esa sensación parecida al miedo y la facilidad con que venía a su mente la imagen de una larga cabellera de alguien vestido todo de negro que como por arte de magia se esfumó en el aire…
Actualmente, uno puede recorrer a pie o en cualquier tipo de transporte el largo trecho amurallado que va del baluarte de Santa Rosa hasta la Puerta de Tierra. Esta iluminado, pero no sé de nadie que haga el recorrido en solitario, y a pie, a altas horas de noche. Al menos si ocurre, lo desconozco.
Esto es Campeche. Cuna de leyendas y de historias de piratas. Un pueblo cuyo destino ha estado, y seguirá estando, entre el mar y las murallas. Lugar de cientos de anécdotas que han ocurrido a sus pobladores. Esto es Campeche que se resiste a despegarse del pasado pero que ya convive con todo lo que trae el presente. El Campeche del mar que sigue siendo faro de luz que guía el destino de cientos de hombres que viven de lo que bondadosamente ofrece para la vianda de las mesas campechanas. El mar que surcan a diario decenas de embarcaciones diversas que obtienen de ahí el sustento de sus familias. El mar inmenso cuyo horizonte, desde la playa, es interminable. El mar que desde un avión achiquita la ciudad y sus coloniales casas pero que cuando aterriza despierta emociones a los ojos de los viajeros. Conjugado con las murallas que nos recuerdan lo que fuimos y nos refrendan lo que somos. Murallas majestuosas que señalan la grandeza de nuestros ideales. Murallas que guardan en su interior evocaciones de batallas libradas en amaneceres o en anocheceres.
Y en medio del maravilloso mar y las extraordinarias murallas, se levanta majestuosa la Catedral de Campeche. Son piedras, pero piedras que el gran poder valiéndose del talento humano fue colocando con gracia y arte para elevarse hacia los cielos; Esta gran obra era, es y será la casa de dios y nuestra también. La magnífica obra, desafiando las leyes del tiempo y la gravedad, con sus largas , altas y elegantes torres de nuestra vetusta catedral en perpetua vigilia, presiden las vidas de los campechanos de la ciudad y se extienden en maternal vigilancia hasta la infinita extensión de los mares.
¿Cuántos millares de ojos humanos se elevan diariamente con amor y devoción, buscando la conjunción de tierra y cielo, a través de las esbeltas torres.
¿Cuántas almas se han reencontrado con el sentido de la vida, por la fé que ya perdida renace en la naves interiores de la santísima iglesia?
¿Qué nos pasaría, que dios no lo permita, si un día al despertarnos encontraramos nuestra querida catedral destruida?
Es por eso que, que el remozamiento de su fachada, y la nueva y mejorada iluminación, de que la maravilla ha sido objeto es merecedora de la gratitud y aplauso de todos los campechanos y sus familias. Como una forma de mostrarle agradecimiento al “ser superior” que enciende y apaga la luz del día.
Esas piedras que forman muros añejos de la catedral parecen sonreír ante tantos flashazos de cámaras fotográficas que toman y guardan imágenes que buscan llevarse, como recuerdo, un pedacito de tanta historia escondida en sus muros. Historia que cada amanecer, como un susurro al oído, nos repite en el suave eco que rebota del mar hasta la muralla y nos inspira los más nobles sentimientos en esta tierra que nos tocó vivir: “Liberales y heroicos patriotas que nacisteis a orilla del mar, del guerrero clarín ya las notas para siempre podéis olvidar….”