Hay cosas que, por más que uno busca entender, sencillamente no se comprenden. Una de estas cosas es, por ejemplo, la longeva y todavía con muestras de cabal salud, de las monarquías en varias parte del orbe.
Una posibilidad explorada alguna vez con mis alumnos, en mis tiempos de catedrática universitaria, podría ser esa innegable capacidad de navegar con banderita privilegiada y adaptarse a los vaivenes del desarrollo histórico mundial.
Pero, siendo finalmente personas que ostentan los títulos nobiliarios, temprano que tarde caen en deslices humanos y entonces todo mundo voltea para ver que siguen ahí y necesariamente muchos nos preguntamos: ¿Cómo le hacen para seguir vigentes estos personajes?
Seguramente, bastantes de ustedes han leído la avalancha de comentarios nada halagüeños que, alrededor del mundo, se han desatado a raíz del publicitado accidente del monarca ibero mientras disfrutada una de sus aficiones que tiene que ver con perseguir elefantes.
Indudablemente que el asunto se torna dramático por la caótica situación económica que atraviesa España y que lo acontecido no hace más que echarle un puñito de sal a la herida abierta.
Ahora bien, no es ocioso pensar que todo este asunto pueda tener cierto mensaje que haya que descifrar considerando la figura del elefante. En el año 2008 y en apenas 280 páginas Jose Saramago publico su novela titulada el Viaje del Elefante.
Palabras más palabras menos es una historia que combina hechos reales con ficticios. La trama es una reflexión sobre la humanidad en la que el humor y la ironía se unen a la compasión con la que Saramago presta atención a las debilidades humanas.
España enfrenta problemas económicos del tamaño de un elefante. Eso nadie lo duda. Si acaso, parafraseando a Saramago, cabria aquí una pregunta final: ¿habrá puesto ya el elefante la segunda de sus patas sobre el país español?